Transmitimos con todo cariño este texto de Pedro Arrojo.
Tiempos difíciles para la democracia cuando, en plena crisis, la ciudadanía percibe que no gobiernan tanto quienes más votos recibieron, como quienes más dinero acumularon.
Malos tiempos, cuando quienes mandan son los mercados, ese eufemismo impersonal y misterioso tras el que se esconden respetables nombres y apellidos, que amenazan a los gobiernos y exigen austeridad al pueblo llano a fin de restaurar la confianza de los mercados, es decir, sus espectaculares beneficios empresariales.
En una situación como la actual, no seríamos pocos los que estaríamos dispuestos, de buen grado, a ceder un 10% de nuestro sueldo, reduciendo nuestra jornada de trabajo, para aliviar el drama del paro. Incluso pienso que una medida generalizada de reducción de la jornada laboral, con la correspondiente reducción de salario para quienes ganamos un sueldo holgado, tendría una notable aceptación social. Pero, eso sí, con una triple condición: que el sacrificio se proyectara de forma fiable sobre los necesitados; que la medida fuera parte de un paquete en el que los que más ganan pasaran a contribuir al esfuerzo colectivo por delante y de forma proporcional a su riqueza, y, finalmente, que hubiera un liderazgo político creíble y moralmente consistente. Esta última premisa no es baladí, sino absolutamente esencial. Zapatero ganó sus primeras elecciones con un enorme capital de prestigio moral al hacer posible lo políticamente incorrecto, pero masivamente reclamado por la gente: traer de vuelta a las tropas de Irak. Sin embargo, por desgracia, me temo que ese prestigio se desmorona de forma lamentable.
Desde mi punto de vista, apenas si hemos asistido a los primeros capítulos de esta crisis global. ¿Cómo puede explicarse que se hayan esfumado miles de millones de euros de dinero público, inyectados al sistema financiero privado, para dinamizar el crédito, sin apenas conseguir liquidez financiera?. Solo hay una explicación: que los bancos y cajas, incluso los pretendidamente saneados, conscientes del enorme agujero generado por sus operaciones de ingeniería financiera, optaron por rellenar una parte del agujero, aunque fuera mínima, antes que liberarlos hacia el sistema productivo en forma de créditos. Y esa situación la conocen no solo los bancos, sino también los grandes capitales, a buen recaudo en paraísos fiscales (de nuevo otro eufemismo que no hace sino ocultar las vergüenzas del sistema).
En estas condiciones, no es esperable que esos capitales, conociendo la realidad inconfesada del sistema financiero, vayan a lanzarse a la arena productiva a corto o incluso a medio plazo. Y lo que es más grave, la capacidad de las finanzas públicas, en el plano global, dispone en estos momentos de muy poco margen tras los esfuerzos realizados. Dicho en otras palabras: la vulnerabilidad es extrema, como se ha demostrado con Grecia, que, siendo una pequeña economía, ha estado a punto de desencadenar una nueva reacción en cadena imparable, no solo a nivel europeo, sino mundial.
Esta crisis está evidenciando el error que ha supuesto mitificar las virtudes del mercado bajo el enfoque neoliberal imperante. Tendríamos que concluir que con el dinero no se juega. Y, sin embargo, hemos dejado que los especuladores jueguen a placer, amparados por proclamas y principios de libre mercado. Hemos dejado que los bancos privados, y no solo los bancos centrales (en nombre del Estado y bajo su control), produzcan dinero en forma de papel, a través de múltiples productos financieros.
El resultado ha sido que los agujeros de falsa riqueza han socavado los cimientos de la economía mundial, y más aún los de una economía, como la española, colgada de la especulación inmobiliaria de la que nadie quiere hablar ahora, y menos asumir responsabilidades.
El problema está en que no hay capacidad ni liderazgo político para afrontar la envergadura de los cambios necesarios. Y, sin duda, tal déficit tiene que ver con el hecho de haber cedido el poder político a quienes tienen el poder económico. Solo así puede explicarse que los mercados tengan más poder que los pueblos y que los parlamentos. Solo así puede explicarse que los sumos sacerdotes de las finanzas mundiales, y por supuesto de nuestras finanzas nacionales, que nos llevaron al desastre, sean quienes pretendan marcar la senda de la superación de esta crisis dando lecciones e incluso amenazando con males mayores a los pueblos (ignorantes nosotros) e incluso a los gobiernos.
Me temo que vendrán tiempos peores, y no paso por ser pesimista. Y es que, desgraciadamente, solo tras un colapso financiero global, los líderes mundiales se atreverán a mirar a los ojos a esta crisis financiera, que es económica, social, ecológica y, en última instancia, política y ética. Pero solo cuando no quede otra opción. Y mientras, se seguirá jugando a recuperar la confianza de los mercados sin atrevernos a mover el trono de los poderes financieros, de esos bancos donde todos tenemos nuestros sufridos ahorros.
Pedro Arrojo. Profesor del Departamento de Análisis Económico de la Universidad de Zaragoza.
jueves, 27 de mayo de 2010
TIEMPOS DIFICILES PARA LA DEMOCRACIA
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1 comentario:
Magnífico texto, compañero. Lo suscribo punto por punto.
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