Escribo desde un pueblo de 26 habitantes en donde, afortunadamente, siempre están pasando cosas. El sol funciona cada mañana y, aunque ahora hace un poco más de frío, todos los vecinos estamos convencidos de que el próximo agosto volverá el calor. Hasta que llegue ese momento, seguirán pasando cosas sin parar. Se encenderán los hogares, se reunirán las familias alrededor de la cena de cada noche y se harán los planes oportunos para que mañana vuelva a amanecer otra vez.
A los vecinos nos gusta el pueblo tal como está. Nos alegramos cuando vienen los que han arreglado sus casas para pasar el fin de semana y cuando el verano llena la plaza de niños; pero estamos igual de alegres cuando sólo quedan abiertas las cinco casas de siempre y nuestros tres niños dominan la plaza —bueno, uno todavía no anda y dominar, dominar sólo domina el regazo de su madre—.
A los vecinos de nuestro pueblo no nos gustaría que ninguna campaña de marketing pusiera tópicos de ciudad a nuestros rostros de pueblo. Es buena idea la promoción de los pueblos aragoneses, pero creemos que debemos ir mas allá de la promoción de una casa de turismo rural o de las bellezas paisajísticas del entorno y, sobre todo, que el método no puede ser la consolidación de tópicos, lugares comunes y frases hechas del modelo de vida urbano que ve en lo rural el escape idílico y esporádico en donde limpiarse de stress y polución.
La campaña de Miravete de la Sierra es una lamentable prueba de mal gusto. Técnicamente intachable, eso sí, pero éticamente reprobable; basada en la repetición de un modelo de desarrollo que condena a amplias zonas de Aragón al desierto. Alguien tendría que mostrar su desacuerdo con la política económica aragonesa. Nosotros no nos conformamos con ser exclusivamente el “reposo del guerrero urbano” que viene a la paz del campo a restañar sus heridas de progreso.
Posiblemente, en este pueblo podría pasar alguna cosa más. Estaría muy bien que el sector agroganadero tuviera un adecuado tratamiento para que las instalaciones actuales no vivieran en la precariedad y el miedo. Sería estupendo que Monzón, Barbastro, Benabarre o Graus pudieran acoger mayor dotación industrial y que sus trabajadores se esparcieran por esta comarca y que en la plaza hubiera 6 niños más, que Aguinaliu arreglara su núcleo urbano y que Benabarre, con sus ocho núcleos agregados, incrementara sus 1.160 habitantes con gentes que quieran hacer de estos paisajes los suyos.
La campaña en cuestión hubiera sido aceptable si se tratara de una iniciativa personal, pero, al serlo de todo un municipio, parece bendecir la situación actual buscando, eso sí, que unos cuantos aragoneses vayamos a ver a estos simpáticos lugareños que dicen lo que el publicista les dice que digan para conseguir un espacio en el atiborrado mundo multimedia.
Los pueblos como el nuestro o como Miravete necesitan y deberían exigir un tratamiento en igualdad de condiciones con el resto de habitantes de la comunidad autónoma, con los mismos servicios y las mismas expectativas de futuro que el zaragozano que vive en la Avenida de Navarra o en el ACTUR. Seguramente ese paciente aragonés no viviría tan estresado si las industrias aragonesas anduvieran un poco mas repartidas por la geografía y hasta a lo mejor podría plantearse vivir en Calatayud, en Sariñena, en Daroca, en Graus o incluso, vaya usted a saber, hasta en Miravete de la Sierra.
Ojalá que el próximo anuncio en la televisión digital sea el de una página que se titule: http://www.elgobiernodearagontrataatodosporigual.es/
Mientras ese momento llega, queremos mandar un afectuoso saludo a los 12 vecinos de Miravete de la Sierra.
Jesús Sampériz
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